
Los europeos debían vencer a Argentina por tres goles o más si querían jugar la final, pero el desarrollo del encuentro hizo que eso fuera una utopía. No tuvieron nada que ver los primeros minutos del partido -ambos estudiándose- con lo que mostraron posteriormente. Mediante Lucas Argento como dominador de las bandas, el traslado de la bocha se facilitaba e hilvanar jugadas colectivas era sencillo para Argentina. Los cambios de frente largos, la búsqueda constante del ancho de la cancha y la actitud ofensiva con la que se plantó en la cancha molestó a su rival, al punto tal que entró en la fricción y los árbitros debieron advertir a los irlandeses. Y ahí empezaron las tarjetas, aunque por encima de las protestas nada pasó a mayores.
El desequilibrio llegó cuando Almada recibió la bocha de Cammareri y definió en un ángulo esquinado. El dominio se capitalizó en el marcador, e Irlanda se perdió en imprecisiones y apuro. Con el córner corto como arma letal, Ibarra anotó el segundo de la tarde y los de Pablo Lombi empezaban a imaginar la final de hoy, mientras se paseaba por el campo irlandés con tranquilidad. Tanta, que a Cammareri le bastó desviar un fijo de Ibarra para delinear la goleada. Ibarra la remató de penal. Aquella gira cancelada es simplemente una anécdota, y ante Bélgica, Argentina pretende estar más firme que nunca para viajar a India.
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